NO al “descarte” del anciano

En estas últimas semanas veraniegas he oído hablar por aquí y por allá de la «cultura del descarte» y en concreto del «descarte del anciano». Lo primero que hice fue irme al diccionario y ver qué entendemos los hombres por descarte: Abandono de las cartas de la baraja que no son buenas para el juego, sustituyéndolas por otras; conjunto de planos o partes de plano sobrantes después del montaje de un filme; excusa, escape o salida…No me convenció ninguna de las definiciones.

Aquí estamos hablando de algo más serio: hablamos de personas y de vida.

Antes podíamos hablar de opresores y oprimidos… con el tiempo vemos que había que añadir una antinomia más, la de incluidos y excluidos. Hoy en día la cosa se ha puesto más salvaje y tenemos que añadir otra: los que entran y los que sobran… o los que son un deshecho… y entre ellos tienen un lugar muy importante los ancianos.
Aquí no sobra nadie y el que más «pinta» es el anciano. El es el transmisor de la historia, el que nos trae los recuerdos, la memoria del pueblo, de nuestra patria, de la familia, de una cultura, de una religión… Ha vivido mucho y, aunque sea un cretino, merece una consideración seria. Cuando creemos que la historia empieza en nosotros, empezamos a no honrar al anciano y nos encontramos con que son tratados como “prisioneros”, son olvidados, abandonados por la sociedad, lo que equivale a una “eutanasia escondida”.

Las personas mayores nos transmiten sabiduría y fe, la herencia más preciada. Un pueblo que no custodia a los abuelos, es un pueblo sin futuro porque pierde la memoria y arranca sus propias raíces.